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La metamorfosis (Franz Kafka)
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Cuando Gregorio
Samsa se despertó una mañana después de un sueño
intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un
monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura,
y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza
veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes
duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas
podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al
suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en
comparación con el resto de su tamaño, le vibraban
desamparadas ante los ojos. |
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«¿Qué me ha
ocurrido?», pensó.
No era un sueño.
Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien
algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro
paredes harto conocidas. Por encima de la mesa, sobre la
que se encontraba extendido un muestrario de paños
desempaquetados -Samsa era viajante de comercio-, estaba
colgado aquel cuadro que hacía poco había recortado de una
revista y había colocado en un bonito marco dorado.
Representaba a una dama ataviada con un sombrero y una boa
de piel, que estaba allí, sentada muy erguida y levantaba
hacia el observador un pesado manguito de piel, en el cual
había desaparecido su antebrazo.
La mirada de
Gregorio se dirigió después hacia la ventana, y el tiempo
lluvioso -se oían caer gotas de lluvia sobre la chapa del
alféizar de la ventana- lo ponía muy melancólico
«¿Qué pasaría
-pensó- si durmiese un poco más y olvidase todas las
chifladuras?» |
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Aunque
dejamos a Wilde, no abandonamos la línea
argumental relacionada con los miedos derivados
de los condicionamientos sociales, ya que
fueron estos los que convirtieron a Gregorio
Samsa en un "monstruoso insecto". Su obsesión
por el trabajo como único motivo de vida le
llevaron a la metamorfosis, tanto es así que una
de sus primeras preocupaciones, tras darse
cuenta en lo que se había convertido, era la de
cómo integrar esta nueva situación en su vida
laboral. Efectivamente se había convertido en un
"monstruo" aunque no hubiese cambiado de
apariencia.
Este
texto de Kafka nos conduce a hacer una reflexión
sobre nuestra propia vida, a buscar si puede
haber algo de Gregorio en nuestro vivir. ¿Cómo
de fuertes son nuestros miedos? Fuertes en el
sentido de capacidad de condicionarla, de
dominarla. Quizás sea el miedo a nosotros
mismos, el miedo a reconocernos, el miedo a
convertirnos en Gregorio lo que en ocasiones nos
impide contestar a esta sencilla pregunta. Este
miedo de poder encontrar algo que no nos gusta,
hace |
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que en muchas ocasiones evitemos hacer
la introspección, el autoanálisis que periódicamente
necesitamos para nuestro crecimiento personal,
crecimiento del que no solo nos beneficiamos nosotros
como individuos, sino todos los que nos rodean, desde
los más cercanos hasta el global de la sociedad de la
que formamos parte. La vida en
sociedad requiere una serie de normas que sin duda
tenemos que seguir, pero cuando nos coartan tanto
nuestra libertad personal que no nos dejan ser
nosotros mismos, es cuando nos convierten en insectos,
como le ocurrió al protagonista. Si somos capaces de
ser nosotros mismos y no dejar que todos estos
condicionamientos embeban nuestra vida, nunca nos
convertiremos en insectos y podremos conseguir el
equilibrio necesario para poder "ser". |
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