Rincón literario

 

 


 

    

       Hastío

        Sam Keen (El lenguaje de las emociones, Barcelona, Paidós, 1994, pp. 17-18)

 

   

El hastío es nuestra enfermedad social número uno. Está adquiriendo proporciones de epidemia. Cuanto más nos acercamos al mundo envasado de la galería comercial, más se cierne sobre nosotros el smog psíquico. Lamentablemente, el hastío no es espectacular como el cáncer. Parece un demonio gris y anónimo, de segundo orden. Nadie organiza una Semana contra el Hastío, no hay ninguna Cruzada contra el Tedio, ninguna asociación de Aburridos Anónimos, ni ninguna Fundación para la Eliminación de la Monotonía. Devora nuestros entusiasmos inocentes y destruye nuestros sueños. Se insinúa en nuestra vida con cualquier bostezo preparado por la fatiga. Y la plaga es muy poco visible porque, mientras invade nuestra psique, paraliza nuestra capacidad de percepción. Muchos de los que la padecemos la consideramos normal, una parte de la atmósfera inevitable de la vida moderna.

 

El pez no sabe que nada en el agua. Hemos aprendido a aceptar empleos tediosos, ciudades depresivas, burocracias deletéreas, la tierra yerma de la televisión, y una política sin esperanzas, sencillamente como el modo en que son las cosas. [...] Somos víctimas de la desazón. La enfermedad del espacio interior. Algún vampiro está absorbiendo calladamente la sangre vital de nuestro entusiasmo (palabra que deriva del griego entheos, "inspirado en un dios") y nuestra esperanza. Lo más terrible es que permitimos que nuestra vitalidad se disipe casi sin una protesta. El hastío puede convertirse en una parte tan natural de la sociedad tecnológica moderna que no advirtamos nuestro malestar, o lo aceptemos pasivamente. Y que muramos "no con estallido sino con un sollozo". ¿Y, qué es lo que ocurre contigo

 

Poco se puede añadir a este fragmento de S. Keen, yo he visto, no sin cierta rabia (o miedo) que me sentía identificado. El primer paso para vencer a los enemigos “invisibles” como el hastío es precisamente descubrirlos, hacerlos visibles y proponerse vencerlos. Ahora me asalta la pregunta ¿cómo? Yo no recurriré a grandes gestos, más bien con pequeñas cosas. Acudiré a mis orígenes, en mi infancia, buscando recuerdos positivos, recuperando la capacidad de asombrarme y la curiosidad de mi niño interior. También intentaré hacer más cosas al aire libre, en la naturaleza, sin móviles ni elementos de consumo, si puede ser rodeado de los míos, mucho mejor. Intentaré también concentrarme en pensamientos positivos, frecuentaré a la gente que me haga bien y siempre que pueda diré cosas agradables sobre los demás. Intentaré dar lo mejor de mí mismo y de vez en cuando, me permitiré sentirme orgulloso.

Creo que con este propósito de principio de curso, este año no me va hacer falta empezar una dieta o apuntarme a clases de inglés…

Feliz y apasionante principio de curso

                                                                                                                   ECB Septiembre 2013

 

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