|
|
|
El
Tambor de Hojalata (Günter Grass)
Günter Grass nacido en
Danzig, Alemania, en octubre de 1927. Además de
novelista es escultor, dibujante, poeta y
dramaturgo. A los 17 años combatió en la Segunda
Guerra Mundial. Después se ganó la vida como minero
y músico de jazz.
Su principal novela fue El tambor de hojalata
(1959). Sobre ella, dijo en una entrevista con La
Nación: "El milagro alemán hizo que la gente
satanizara al nacionalsocialismo y llegara a afirmar
que el nazismo y el fascismo habían sido demonios
venidos en la noche a mover al crimen a los pobres
alemanes. Eso era una falsedad. Todo sucedió en
forma democrática y a la luz del día: los jóvenes
votaron por Hitler y la mayoría del país lo aclamó.
(Al finalizar la guerra) cuando estuve en un campo
de prisioneros comencé a oír comentarios acerca de
los crímenes alemanes, pero me negaba a creerlo; no
era posible que los alemanes
hicieran tales cosas.
Conocer esa verdad me dejó muy impresionado y supe
que algún día escribiría sobre ella ( ... ) en El
tambor de hojalata quiso ser ese ejercicio de
desmitificación".
Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1999 |
|
|
"El tambor de hojalata"
(fragmento)
|
|
En el Bodegón de las
Cebollas de Schmuh nada servían de comer, y el que
quería comer tenía que irse a algún otro sitio, porque
aquí sólo se cortaban cebollas. ¿Cómo así? Porque así se
llamaba justamente y lo que es más, porque la cebolla,
la cebolla cortada, si bien se mira adentro (…) no, los
clientes de Schmuh ya no veían nada, porque les venían
las lágrimas a los ojos. No porque se les desbordara el
corazón, porque no se ha dicho que cuando el corazón se
desborda los ojos hayan necesariamente de llorar; los
que no lo logran nunca, sobre todo durante los últimos
decenios pasados, y por ello algún día se designará a
nuestro siglo como el siglo de las lágrimas, pese a esa
falta de lágrimas, la gente que disponía de medios
para
ello |
iba al Bodegón de
las Cebollas de Schmuh y se hacía servir por el dueño
una tablita de picar y un cuchillo de cocina por ochenta
pfennings y por doce marcos una vulgar cebolla de
cocina, de jardín o de campo, y la iban cortando en
pedacitos cada vez mas pequeños hasta que el jugo lo
lograba. ¿Qué lograba? Lograba lo que el mundo y el
dolor de este mundo no lograban, a saber: la lágrima
esférica y humana. Aquí si se lloraba. Aquí por fin
volvíase a llorar. Se lloraba discretamente, o sin
reserva, abiertamente. Aquí corrían las lágrimas y lo
lavaban todo. Aquí llovía, aquí caía el rocío… |
|
Este
fragmento de El tambor de hojalata, relata un rincón del
Berlín de la post-guerra, en la Alemania triste, gris y
humillada a la que se le habían secado las lágrimas.
¿Cuántos de nosotros estamos tristes y no lloramos?
¿Cuántos espacios grises hemos descubierto en nuestras
vidas? ¿Tenemos los ojos secos y ya no lloramos? ¿Nos
han dicho muchas veces que llorar es de cobardes? No lo
sé, supongo que cambia de unos a otros y de un momento a
otro de nuestras propias vidas, pero creo que todos
hemos sentido ese frescor del “rocío post llanto”, esa
sensación de tranquilidad y de desahogo, cuando yo era
pequeño, mi padre llamaba “el Marcelino”
(supongo que por lo
lacrimógeno de “Marcelino pan y vino”) al sueño que nos
entraba después de una uena sesión de llanto. ¡Qué
sensación tan grata! La verdad que al leer este
fragmento pensé inmediatamente incluirlo en nuestro
rincón literario, para hacer una defensa del llanto.
Llorar de tristeza, de emoción, añoranza, es dejar que
nuestro corazón rebose de sentimiento lavando toda la
ceniza y las brumas grises, es dejar a nuestro corazón
sentir y expresarse sin represión, es brindarnos al
consuelo de quien nos ama, en definitiva no puede ser
malo. Atreverse hoy en día a hacerlo es afirmar que
estaban equivocados porque “llorar es de valientes”, de
los valientes que se atreven a sentir sin dejar que las
corazas atenacen sus vidas, permitiendo que la luz
penetre en sus rincones grises…
|
|
|
|
|
|
|
|
|