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El Príncipe y el Mendigo (Mark Twain)
Samuel Langhorne Clemens (1835-1910) fue un escritor y
humorista estadounidense que escribió bajo el pseudónimo
de Mark Twain (que en el Mississippi significa
dos brazas de profundidad, el calado mínimo necesario
para una buena navegación). Al morir su padre, en 1847,
comenzó a trabajar como aprendiz en imprentas, y a
manejar el oficio de tipógrafo; ya en 1851 publicaba
notas en el periódico de su hermano. Más adelante
fue piloto de un barco de vapor, soldado de la
Confederación, y minero en las minas de plata de Nevada.
Fue
reconocido mundialmente durante los últimos años de su
vida, y recibió el doctorado Honoris Causa por la
Universidad de Oxford (Inglaterra), en 1907. Murió el 21
de abril de 1910 en Nueva York. |
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El Príncipe y el Mendigo,
la obra que hemos elegido para este último rincón
literario, hace referencia a dos historias paralelas que
por los azares del destino se cruzan.
En 1537 en
Londres nace un niño, se llama Tom Canty, su familia era
pobre y no lo querían, Tom era un mendigo. Otro niño
nació el mismo día, se llamaba Edward Tudor, y no era
pobre, era príncipe, el hijo del rey Enrique VIII de
Inglaterra, y su familia lo quería mucho. Todos hablaban
del príncipe pero nadie se interesaba por Tom.
Todas sus
lecturas y sueños, hacían a Tom diferente de sus amigos.
Él se daba cuenta de que no todos eran pobres, sucios,
malvados o tontos. Sabía que no todo era como la calle
del pescado donde el vivía. En el mundo había ricos y
pobres y tomó la decisión de comportarse como un
príncipe. Caminaba resto y erguido y llevaba su cabeza
alta. Jugaba contento con los otros chicos en la calle
del pescado. Pero la ilusión de su vida era conocer un
príncipe de verdad.
Al principio
los otros chicos se reían de él. Luego, sin embrago,
comenzaron a respetarlo. Pensaban que era muy sabio,
amable y listo, tanto era así que le consultaban
sobre sus problemas. Sus respuestas siempre parecían muy
sabias, en realidad, todo el mundo en la calle del
pescado respetaba a Tom- excepto su propia família.
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El Príncipe y el Mendigo (fragmento)
–Valdría el
reino de mi padre disfrutarlo aunque fuera una vez. Te ruego
que prosigas.
–Danzamos y
cantamos en torno al mayo en Cheapside; jugamos en la arena,
cada uno cubriendo a su vecino; a veces hacemos pasteles de
barro ––ah, el hermoso barro, no tiene par en el mundo para
divertirse––; nos revolcamos primorosamente en el señor, con
perdón de Vuestra Merced.
–¡Oh!, te ruego
que no digas más. ¡Es maravilloso! Si pudiera vestir ropa
como la tuya, desnudar mis pies y gozar en el barro una vez
tan solo, sin nadie que me censure y
me lo prohíba, me parece que renunciaría a la corona.
–Y si yo pudiera
vestirme una vez, dulce señor, como vos vais vestido; tan
sólo una vez...
¡Ah! ¿Te
gustaría? Pues así será. Quítate tus andrajos y ponte estas
galas, muchacho. Es una dicha breve, pero no por ello menos
viva. Lo haremos mientras podamos y nos volveremos a cambiar
antes de que alguien venga a molestamos.
Pocos minutos más tarde, el pequeño Príncipe de Gales
estaba ataviado con los confusos andrajos de
Tom, y el pequeño Príncipe de la Indigencia estaba
ataviado con el vistoso plumaje de la realeza. Los dos
fueron hacia un espejo y se pararon uno junto al otro, y,
¡hete aquí, un milagro: no parecía que se hubiera hecho
cambio alguno! Se miraron mutuamente ––con asombro, luego al
espejo, luego otra vez uno al otro. Por fin, el perplejo
principillo dijo:
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–¿Qué dices a
esto?
–¡Ah, Vuestra
Merced, no me pidáis que os conteste! No es conveniente
que uno de mi condición lo diga.
–Entonces lo
diré yo. Tienes el mismo pelo, los mismos ojos, la misma
voz y porte, la misma figura y estatura, el mismo rostro
y continente que yo. Si saliéramos desnudos
públicamente, no habría nadie que pudiera decir quién
eras tú y quién el Príncipe de Gales. Y ahora que estoy
vestido como tú estabas vestido, me parece que podría
sentir casi lo que sentiste cuando ese brutal soldado...
Espera ¿no es un golpe lo que tienes en la mano?
–Sí, pero es
cosa ligera, y Vuestra Merced sabe muy bien que el pobre
soldado...
–¡Silencio!
Ha sido algo vergonzoso .y cruel ––exclamó el pequeño
príncipe golpeando con su pie desnudo––. Si el rey...
¡No des un paso hasta que yo vuelva! ¡Es una orden!
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En un
instante agarró y guardó un objeto de importancia
nacional que estaba sobre la mesa, y atravesó la puerta,
volando por los jardines del palacio, con sus andrajos
tremolando, con el rostro encendido y los ojos
fulgurantes: Tan pronto llegó a la verja, asió los
barrotes e intentó sacudirlos gritando:–¡Abrid!
¡Desatrancad
las verjas!
El soldado
que había maltratado a Tom
obedeció prontamente; cuando el príncipe se precipitó a
través de la puerta, medio sofocado de regia ira, el
soldado le asestó una sonora bofetada en la oreja, que
lo mandó rodando al camino.
–Toma eso
––le dijo––, tú, pordiosero, por lo que me ganaste de Su
Alteza.
La turba
rugió de risa. El príncipe se levanto del lodo y se
abalanzó al centinela, gritando:
–Soy el
Príncipe de Gales, mi persona es sagrada. Serás colgado
por poner tu mano sobre mí.
El soldado
presentó armas con la alabarda y dijo burlonamente:
–Saludo a
Vuestra graciosa Alteza. Y colérico: ¡Lárgate, basura
demente!
Entonces la
regocijada turba rodeó al pobre principito y lo empujó
camino abajo, acosándolo–– y gritando: “¡Paso a Su
Alteza Real!, ¡paso al Príncipe de Gales!”
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Al igual que la semana pasada volvemos a traer un
cuento, otro clásico de la literatura universal, que nos va a servir
de base para hacer una reflexión sobre el pasado y el futuro.
Estamos en la última semana del año y es un buen momento para echar
la vista atrás y de tratar de reconocer al Príncipe y al Mendigo que
ha estado con nosotros durante estos últimos doce meses. El Príncipe
representa nuestro egocentrismo, el autoritarismo, la intransigencia
y en cierta forma la injusticia, y el Mendigo lo contrario: la
bondad, la sabiduría, la generosidad y la justicia. Queramos o no,
todos llevamos un Mendigo y un Príncipe dentro, que como en el
cuento externamente son indistinguibles, y lo que los diferencia es
la forma de ser de cada uno de ellos. ¿Qué has sido: Príncipe o
Mendigo? Esta sería la reflexión hacia el pasado, pero más
importante aún es la del futuro, ya que sobre el pasado poco podemos
hacer, pero sobre el futuro tenemos todo el tiempo por delante para
modelarlo a nuestro gusto y la libertad de poder elegir los |
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materiales con los que lo vamos a
construir: ¿bondad? ¿sabiduría? ¿generosidad?
¿justicia? Al releer esta última frase que acabo de
escribir, os tengo que reconocer que me ha invadido
una profunda alegría, como si hubiese encontrado
algo que estaba buscando, ya que he descubierto que
de lo que os estaba hablando: bondad, generosidad,
justicia… no es más que “el querer “, el querer a
los demás. Ya que cuanto más quieres más vives, y
cuanto más das más tienes y más feliz eres, proyecta
tu futuro siendo "Mendigo" y así serás feliz, pero
si decides ser Príncipe… tú decides. |
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