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El Paraíso en la otra esquina (Mario
Vargas Llosa)
El
paraíso en la otra esquina
narra la historia de Flora Tristán, y la de su nieto, el
gran pintor Paul Gauguin. Flora luchó por los derechos de
las mujeres y contra la explotación de los obreros, antes
de las actividades revolucionarios de Carlos Marx y de los
otros fundadores del comunismo universal. Entre el
nacimiento de la abuela y la muerte de su nieto pasó
exactamente un siglo, el XIX. No llegaron a conocerse;
Paul nació cuatro años después de la muerte de Flora, pero
ambos soñaron, cada uno a su manera, con un mundo mejor.
Flora buscó y luchó por una sociedad más justa. Paul, que
se liberó de la vida burguesa, que había llevado durante
mucho tiempo como empleado en la Bolsa de
Paris, casado con una mujer
protestante de Copenhague y padre de varios hijos,
se hizo pintor
de un día para otro dejando a su |
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familia y buscando la verdad artística en las culturas
primitivas y salvajes, primero en la Bretaña francesa (Pont
Aven) y luego en las islas de la Polinesia (Papeete, Las
islas Marquesas), donde se entusiasmó por el amor libre
de los indígenas e incluso por sus prácticas de
canibalismo. Dos personajes en búsqueda del Paraíso
terrestre. Sin embargo, como en el juego de niños, que
da el título a la novela, y en el que un niño con los
ojos vendados busca el Paraíso sin encontrarlo, porque
cada compañero de juego le dice que está en la otra
esquina, los dos protagonistas mueren sin haber
encontrado sus paraísos.
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En el
punto culminante de la novela, un Paul Gauguin
desahuciado y casi ciego apenas observa borrosamente a
un grupo de niñas de las Islas Marquesas mientras
juegan al Paraíso:
"¿Por
qué te enternecía descubrir que estas niñas
marquesanas jugaban al juego del Paraíso, ellas
también? Porque, viéndolas, la memoria te devolvió,
con esa nitidez con la que tus ojos ya no verían nunca
más el mundo, tu propia imagen, de pantalón corto, con
babero y bucles, correteando también, como niño ‘de
castigo’, en el centro de un círculo de primitas y
primitos y niños de la vecindad del barrio de San
Marcelo, de un lado a otro, preguntando en tu español
limeño: |
Mujeres de Tahití (P.Gauguin) |
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‘¿Es aquí el Paraíso?’
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‘No,
en la otra esquina, señor, pregunte allá’
Mientras,
a tu espalda, niños y niñas cambiaban de sitio en la
circunferencia." |
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La búsqueda del
Paraíso no es más que una metáfora sobre la
búsqueda de la felicidad. Vargas Llosa nos muestra
dos vidas paralelas (la de Flora y la de Gauguin),
dos ejemplos en los que hasta el final de sus
vidas siempre encontraron la misma respuesta "No,
en la otra esquina". Quizás el fracaso en esta
búsqueda estuvo en el no saber donde estaba la
otra esquina. La otra esquina suena a algo
cercano, a algo que se puede alcanzar en tan solo
unos pasos, pero que si llevas los ojos tapados,
aunque te topes con ella nunca la encontrarás.
Quizás en la búsqueda de nuestro Paraíso personal,
solo deberíamos abrir los ojos, quitarnos la venda
que tenían los personajes de esta novela, y de
esta forma nos toparíamos con la otra esquina.
Esta "otra esquina" que es muy cercana, tan
cercana que está en nosotros mismos, es la
capacidad de disfrutar de la vida, de disfrutar
del día, del olor de la mañana, de la compañía de
un ser querido, del canto de un pájaro, de la risa
de un niño, del mensaje de un amigo, de un abrazo,
del perfume de una flor, de la lectura de un
libro... En definitiva, la otra esquina está en
nosotros mismos, en nuestro querer y en nuestro
sentir, por este motivo ni Flora ni Paul lo
encontraron, ya que lo buscaron donde no estaba. |
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