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El Alma Invisible (Martín
Espinosa Cárdenas)
(nuestro título)
Este rincón nació como sección anual para 2006 en la
que comentábamos lecturas que indujeran al
pensamiento positivo, o simplemente trascendental.
Hemos traído grandes autores de todos los tiempos y
otros menos conocidos. Esta semana ni siquiera se si
es literatura lo que traemos, es un artículo escrito
por un terapeuta (Martín Espinosa Cárdenas) en el
Magazine de "Familia ALzheimer" de febrero del año
pasado (www.familialzheimer.org/magazine/default.asp?id_Edicion=30),
en su articulo 3. No se si
corresponde a esta sección de rincón literario, lo
que si se es que da para pensar mucho y que
queríamos compartirlo: |
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"El día que me volví
invisible"
(cuento)
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No sé qué día es hoy. En
esta casa no hay calendarios, y en mi cabeza los días
están hechos una maraña.
Me acuerdo de esos
calendarios grandes, unos primores, ilustrados con
imágenes de los santos, que colgábamos al lado del
tocador.
Ya no hay nada de eso,
todas las cosas antiguas han ido desapareciendo. Y yo,
yo también me fui
borrando sin que nadie se
diera cuenta. Primero me cambiaron de habitación, pues
la familia creció.
Después me pasaron a otra
más pequeña aún, acompañada de una de mis nietas. Ahora
ocupo el cuarto
de los trebejos, el que
está en el patio de atrás.
Prometieron cambiarme el
vidrio roto de la ventana, pero se les olvidó, y todas
las noches por allí se cuela
un airecito helado que
aumenta mis dolores reumáticos.
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Desde hace mucho tiempo
tenía intenciones de escribir, pero me he
pasado semanas buscando
un bolígrafo, y cuando al fin lo encontraba,
yo
misma volvía a olvidar en dónde la había puesto.
A mis años, las cosas se
pierden fácilmente; claro que es una
enfermedad de ellas, de
las cosas, porque yo estoy segura de tenerlas,
pero siempre desaparecen.
La otra tarde caí en la
cuenta de que mi voz también ha desaparecido. Cuando les
hablo a mis nietos o a mis hijos, no me contestan. Todos
charlan sin mirarme, como
si yo no estuviera con ellos, escuchando
atenta lo que dicen. A
veces intervengo en la charla, segura de que lo
que voy a decirles no se
le ha ocurrido a ninguno, y que les va a servir
de mucho mi consejo. Pero
no me oyen, no me miran, no me responden.
Entonces llena de
tristeza, me retiro a mi cuarto antes de terminar de
tomar la taza de café. Lo
hago así, de pronto para que comprendan que
estoy enfadada, para que
se den cuenta que me han ofendido y vengan
a buscarme y me pidan
perdón. Pero nadie viene.
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El otro día les dije que
cuando me muriera entonces si que me iban a extrañar. El
niño más grandecito dijo:
“a poco tú estás viva
abue”. Les cayó tan en gracia, que no paraban de reir.
Tres días estuve llorando en
mi cuarto, hasta que una
mañana entró uno de los muchachos y ni los buenos días
me dio.
Fue entonces cuando me
convencí de que soy invisible. Me paro en medio de la
sala para ver si aunque
sea estorbo pero mi hija
sigue barriendo sin tocarme. Los niños corren a mi
alrededor, de un lado a otro sin
tropezar conmigo.
Cuando mi yerno se
enfermó, tuve la oportunidad de serle útil; le llevé un
té especial que yo misma
preparé. Se lo puse en la
mesita y me senté a esperar que se lo tomara. Sólo que
estaba viendo la
televisión y ni un
parpadeo me indicó que se daba cuenta de mi presencia.
El té... poco a poco se fue enfriando. Mi corazón
también.
Un viernes se alborotaron
los chamacos y vinieron a decirme que al día siguiente
nos iríamos todos de día
de campo. Me puse muy
contenta. Hacia tantos años que no salía, y ¡menos al
campo!
El sábado fui la primera
en levantarme. Quise arreglar mis cosas con calma. Los
viejos nos tardamos mucho
en hacer cualquier cosa,
así que me tomé el tiempo para no retrasarlos . Al rato
entraban y salían de la
casa corriendo y echaban
bolsas y juguetes al coche. Yo estaba lista y, muy
alegre, me paré en el zaguán
a esperarlos....
Cuando arrancaron y
el auto desapareció envuelto en el bullicio,
comprendí que yo no estaba invitada, tal vez porque
no cabía en el coche o porque mis pasos tan lentos
impedirían que los demás corretearan a gusto por el
bosque.
Sentí clarito como el
corazón se encogió. La barbilla me temblaba como
cuando uno ya no se aguanta las ganas de llorar.
Vivo con la familia y
cada día me hago más vieja, pero cosa curiosa, ya no
cumplo años. Nadie me lo recuerda. Todos están tan
ocupados... yo los entiendo, ellos si hacen cosas
importantes. Ríen, gritan, sueñan, lloran, se
abrazan, se besan. Yo, ya no sé a qué saben los
besos. Antes besuqueaba a los chiquitos; era un
gusto enorme el que me daba tenerlos en mis brazos,
como si fueran míos. Sentía su piel tiernita y su
respiración dulzona cerca de mí. La vida nueva se me
metía como un soplo y hasta me daba por cantar
canciones de cuna que nunca creí recordar.
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Pero un día mi nieta
Laura, que acababa de tener a su bebé, dijo que no era
bueno que los ancianos
besaran a los niños por
cuestiones de salud. Ya no me les acerqué más, no fuera
a ser que les pasara algo malo a causa de mis
imprudencias. ¡Tengo tanto miedo de contagiarlos!...
Sin embargo; aunque los
quiero mucho, voy a causarles un último contratiempo.
Mañana que es domingo,
y no están tan atareados,
se encontrarán con una sorpresa. Ya tengo en mis manos
el frasco de pastillas
que me voy a tomar, y no
lo suelto, con eso de que todo se me pierde. Lo haré en
la sala, para que me encuentren pronto. Dios quiera que
tengan dinero para mi ataúd y que no me guarden un mal
recuerdo. Yo
los bendigo a todos,
porque....¿qué culpa tienen los pobres de que yo me haya
vuelto invisible?
Les dejaré este papel
para que tomen sus precauciones. Con tantas cosas que se
inventan hoy, estoy
segura de que habrá algo
que puedan comprar para que siempre sean vistos y
escuchados; para que el día
de mañana no tengan que
morirse estando muertos desde antes...como yo.
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Perdonad el "mal rollo",
he pensado en traer otro texto más alegre y menos
descarnado pero he desistido para no agravar el
síntoma de invisibilidad. Quisiera que no pensemos que
el cuento de hoy es una historiaaislada y muy cruenta, ni
siquiera se si es verídica o no, lo que si se es que
estamos inmersos en un corriente de "lozanía
superproductiva" que nos hace temer las arrugas, el paso
lento y la visión "analógica"de
nuestros ancianos. No saber manejar el e-mail, no
significa no tener nada que decir, ni que lo que tengas que decir sea
menos valioso. Los mayores son mucho mas sabios que
nosotros (piensa cuán sabio eras hace 15 años y echa
cuentas), tienen una perspectiva diferente y
enriquecedora. A veces sus principios y valores nos
parecen arcaicos y anacrónicos... por lo
menos tienen valores y principios. Pienso que si en lugar de
acercáramos a ellos con la
arrogancia de la juventud lo hiciéramos con el
respeto que se merecen, estaríamos
aprovechando el privilegio de estar con ellos. Si
perdieron la voz, la memoria o el juicio, no perdamos
nosotros la posibilidad de amarlos y comunicarnos con lo
que nunca perderán:
SU ALMA. |
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